Ana María Echezeria Carreño se vino a Cúcuta con una maleta llena de miedos, pero también llena de muchos sueños. Hace casi 4 años pasó caminando el puente Francisco de Paula Santander, en el sector El Escobal, con el temor de seguir en la tierra que la vio nacer.
Huyó de los Valles del Tuy en Caracas, donde vivía, por el peligro que corría su vida y la de sus dos hijos.
Esta venezolana empresaria de la construcción en el vecino país quedó prácticamente en la ruina por las extorsiones, secuestros y estafas de las cuales fue víctima mientras intentaba que el negocio prosperara en medio de la crisis de Venezuela.
Era un pecado trabajar con el llamado material estratégico que estableció el Gobierno venezolano (cemento, cabillas, cableado, cobre, alambre dulce). “Yo transportaba material a las propias obras del Gobierno con todos los permisos, certificado de origen y de calidad de los materiales, pero igualmente fui víctima de múltiples estafas”, contó.
Los propios funcionarios de los organismos de seguridad del Estado le retenían las gandolas para luego cobrarle sumas de dinero exageradas a cambio de entregarle los camiones, el personal y los materiales. Dos secuestros y el pago de extorsiones por la vida de sus propios hijos fueron el detonante que la hizo salir corriendo.
“Yo estuve por dos meses encerrada en mi cuarto con un cuadro de pánico terrible. Necesité de ayuda psicológica y psiquiátrica; y sin embargo, luego de eso retomé mi trabajo porque mi esposo había muerto y yo tenía sobre mis hombros la educación universitaria de mi hija que estaba estudiando dos carreras”, cuenta.
Sin embargo, la situación se siguió complicando al punto de no seguir trabajando por el riesgo que esto implicaba para su vida y la de sus empleados.
Llegó a Colombia solo con la ropa de su maleta y con el sueño de tener tranquilidad y paz.
A Colombia han llegado desde Venezuela más de 1.800.000 migrantes, de los cuales 5.303 han solicitado la condición de refugiado, según las cifras que maneja la Plataforma de coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Ellos huyen de su país porque sus vidas, libertades o seguridad están riesgo ante la persecución, la violencia o la falta de acceso a los derechos fundamentales.
“Perdí todo, pero la vida de mis hijos valía más que cualquier cosa. El Gobierno me expropió dos galpones que tenía, lo único que me queda es la casa en los valles. Me tocó empezar de cero, yo nunca imaginé que luego de tantísimo trabajo duro y digno me quedaría sin nada. Es tan frustrante, me dejaron sin nada”, sostiene llorando.
A Cúcuta llegó con sus dos hijos y su nieto. Ya su actual pareja tenía dos meses en la ciudad montando un taller de mecánica automotriz, que ha sido el principal sustento de la familia; sin embargo, el ímpetu y gallardía de Ana María le permitieron seguir y no desvanecerse. “Monté una venta de comida rápida, pero no me fue bien; pero no importa empecé a vender quesos; almuerzos a 7.000 pesos, y ahora trabajo también como estilista”, contó.
Comenzó a trabajar como voluntaria en la Fundación Camino de Vencedores con la que ha drenado su estrés ayudando a sus propios paisanos. “En medio de mis necesidades, sé que puedo ayudar a otros y eso llena mi vida, no llenará mi bolsillo pero sí mi fe y espiritualidad”, dice con ese sentido altruista que la caracteriza.
En medio de la pandemia da cobijo a unos 12 venezolanos que fueron echados de sus vivienda por no tener para pagar arriendo y servicios.
Hoy asegura que haber huido de su país ha sido una de las decisiones más duras de su vida, pero es la que le ha dado tranquilidad, aún a pesar de las necesidades.
“Soy creyente que el espíritu es la que te da tranquilidad. Hay palabras que quedan para siempre y eso trato de entregar yo en la fundación con todo aquel que le doy mi mano para ayudarle”, dice con fe.