Kassandra es una de las novelas más vistas de la historia de la televisión latinoamericana, se produjo a principios de los noventa. Su protagonista, la actriz venezolana Coraima Torres.
Sus mudanzas siempre tuvieron tanto motivos como garantías laborales. Pero eso no le nubla la empatía para reflexionar sobre la realidad venezolana que empuja la huida de sus paisanos.
Al contrario, asegura que cada pequeño esfuerzo suma para ayudar a los venezolanos que tienen que migrar en condiciones difíciles.
Está casada con el también actor Nicolás Montero, con quien tiene un hijo: Manu. Ama a Colombia, pero no deja de extrañar a Venezuela.
Con más de 25 años viviendo fuera de su terruño, habló con La Opinión y Estoy en la frontera sobre sus percepciones, expectativas y sentimientos sobre el proceso migratorio que vive Venezuela y su gratitud con Colombia.
¿Cómo fueron esas primeras salidas de su país?
Me fui de Venezuela pensando que iba a regresar. Una empresa me había llamado y el plan era hacer ese trabajo y regresar con mi familia, con mi gente. Fueron otras circunstancias distintas a las de ahora. Mi núcleo, mi centro, mi todo estaba en mi país.
Si bien su experiencia fue planificada y ordenada, no es lo que sucede con la migración actual en la que predomina la improvisación. ¿Pudiera el venezolano indagar sobre lo que le espera al salir?
Hay focos que se dan a través del boca a boca: el venezolano que cuenta, aquí me fue bien, aquí me fue mejor. Esto habría que atacarlo para que hubiese mejor información sobre el proceso de migrar. Normalmente uno sale a buscar un futuro, porque quiere un mundo mejor, porque no es suficiente con lo que tiene. Pero el venezolano no sale por eso, sino porque ni siquiera tiene un presente, porque no tiene que comer hoy, no tiene que darle a sus hijos.
Al principio no sentía el desarraigo ni el distanciamiento porque podía ir y venir sin problemas. ¿Siente lo mismo ahora?
No. Y ese es otro punto frágil, porque el venezolano se viene y lo deja todo. No tiene la posibilidad de poder regresar a algo y esa es una sensación de desasosiego que ahora entiendo. Es sobrecogedor, me sobrepasa.
Cuando yo me casé y tuve a mi hijo, nunca sentí que iba a ser solo colombiano, siempre supe que mi familia iba a estar cerca. De hecho, él conoció el mar en Venezuela.
Hoy, uno se levanta con una sensación de vacío porque no puede ir. Mi hijo no puede ir a visitar a su familia. Si viajo es un problema, todo se vuelve tan aparatoso, por el susto y miles de factores. Hoy uno entiende con más dolor que el desarraigo es muy duro, mucha nostalgia.
¿Cuál es la virtud más venezolana y colombiana con la que cuenta?
Yo soy venezolana porque nací en mi país, soy de Valencia, ahí crecí, empecé a saber quién era, cómo era, tengo a mis amigos, mis afectos, mi colegio, mi universidad, la estructura de quién soy ahora. Con los años, cargo también este maravilloso país que es Colombia porque se volvió mi centro.
Pero, una de las mayores virtudes que yo he entendido que tenemos en común tanto los colombianos como los venezolanos que se han visto obligados a migrar por no tener opciones, es esa capacidad de volver a empezar: el yo puedo, no tengo con qué comer hoy, pero yo salgo y vendo un tinto.
¿Qué tengo que hacer? Y vuelve a agarrarle cariño al sitio y empieza a sentir que ahí está bien, agradecido. Lo mismo le ha tocado a muchos colombianos en Estados Unidos, en España.
En campañas con Acnur, usted ha abordado temas del conflicto armado mediante ejercicios de lectura de cartas de víctimas. ¿Es parecido ese sentir con el de los migrantes venezolanos hoy día?
Una de las cosas que he podido vivir en Colombia es conocer su historia, el problema de las víctimas y los desplazados, y sus historias las deben contar ellos, porque es un proceso personal.
En ese sentido, el venezolano lo que sufre sí es un conflicto, porque en nuestro país hay mucha violencia, no tienes salud ni educación, no tienes nada y sales buscando eso.
Pero el colombiano sí tiene un peso más doloroso, porque es que si no se iban, los mataban. El venezolano sale a arriesgar su vida, mueren caminando y cruzando. Ambos son víctimas, pero creo que son conflictos diferentes.
¿Qué opina del estatuto temporal de protección?
Cuando recibí la noticia sentí un profundo agradecimiento. Es muy importante que al venezolano no se le haga tan cuesta arriba conseguir trabajo. Además, también ayuda al colombiano, porque se le hace más fácil contratar a un venezolano.
Me preocupa la dificultad para que esas cosas funcionen. La oportunidad es importante y se agradece, pero no es fácil.
¿Cuáles fueron sus redes de apoyo principales para establecerse en Colombia?
Yo no tuve red de apoyo porque siempre pensaba volver a Venezuela. Mi red fue mi familia, porque aunque no estén a mi lado, yo los siento cerca. Siempre fueron mis hermanas, así estuvieran lejos.
Cuando ya te involucras sentimentalmente es otra clase de vínculo, es otra clase de red que estableces. Ese fue mi caso, yo me enamoré de mi esposo, que fue primero mi compañero de trabajo. Nuestra relación, quizás por yo ser extranjera, fue ‘vivamos el hoy porque no sabemos mañana’, y así estuvimos. Y ya tenemos un hijo de 23 años.
¿Cree que será posible volver a Venezuela?
Es una cosa que a mí me termina doliendo mucho por mi hijo, porque él tuvo su infancia en Venezuela. Era más viable irme a las playas de Morrocoy en Venezuela que a Cartagena, las navidades igual. No había que traer a Venezuela aquí, nosotros íbamos y nos involucrábamos.
Y hay una cosa, no importa dónde nos encontremos, a mí me sigue haciendo falta mi país. Yo me levanto pensando, que sí lo vamos a lograr, que esto no va a ser para toda la vida, que el país va a salir adelante, que esto es una prueba de fuego, pero que la vamos a superar. ¿Cuándo? No sé, pero lo vamos a hacer.
En algún momento mi hijo va a volver a mi Venezuela, no la que lee, no la que le cuentan, no la que investiga, será una Venezuela mejorada con estos venezolanos que han estado fuera, que han tenido un mundo y que se han empapado de distintas cosas y van a llevarle a Venezuela un mundo más grande.
Fotos: Cortesía Twitter Coraima Torres (@CoraimaTorresD)