Cuando Alba Esteva se vio abrumada por la crisis venezolana y empezó a considerar la posibilidad de migrar desde Venezuela hacia Colombia con su familia, pensó en Pamplona porque allí cuenta con familiares y hasta cédula colombiana tiene ya.
Ella es profesora con mención en Artes Escénicas y maestría en Tecnologías Educativas. Se imaginaba dando clases en esta ciudad de pujante vida académica con toda una universidad y tantos colegios de alta calidad. Traía sus títulos profesionales ya apostillados, aunque todavía no convalidados en Colombia porque el proceso es engorroso y, sobre todo, costoso. De todos modos, cuando pudo se puso a estudiar una tecnología en Atención a la Primera Infancia.
Pero, cuenta que cuando se acercaba a algún colegio, los rectores al escuchar su acento venezolano desistían de seguir entrevistándola. Por eso, en un principio tuvo que sobrevivir en distintos oficios informales, desde ser domiciliaria y mesonera hasta vender arepas por la famosa y céntrica Calle Real de Pamplona.
“A veces, sentimos que el gentilicio es un defecto”, sentencia Esteva. Incluso, trabajadores de cooperación internacional admiten que Pamplona es la ciudad más compleja del país, cuando de migración se habla.
La percepción de esta colombo-venezolana es parte del clima social que vive este territorio en medio del intenso proceso de movilidad humana proveniente de Venezuela y que ha tenido su epicentro principal en Colombia.
Al 30 de septiembre de 2020, Migración Colombia registró un total de 8.202 venezolanos en Pamplona, de acuerdo con su informe Distribución de venezolanos en Colombia, sin perder de vista que la población total de Pamplona es de 54.647 habitantes, según el Dane (Departamento Administrativo Nacional de Estadística).
Para el padre Juan Carlos Rodríguez, director de Consornoc (Corporación Nueva Sociedad de la región nororiental de Colombia), Pamplona fue un pueblo solidario desde que empezaron a llegar los primeros migrantes venezolanos, en el año 2016.
Pero, algunos comportamientos irregulares y siempre focalizados de algunos extranjeros lograron arraigarse en la memoria colectiva de la ciudad. “Hechos muy latentes que quedaron en el corazón de Pamplona”, describe el sacerdote.
Esteva reconoce: “Lamentándolo mucho, haces mil cosas buenas y nadie las ve, pero haz una mala, y todos la ven”. En este marco, la investigadora de la Universidad Nacional de Colombia, Stephanie López, considera necesario “deshacer los mitos” sobre la migración venezolana en Colombia. El paso que urge es transformar falsas percepciones de inseguridad comprobando que “la población venezolana no es la que está involucrada en la mayoría de crímenes”, por ejemplo.
De acuerdo con información emitida por la Policía de Norte de Santander, desde el 1 de enero hasta el 15 de marzo de este año, de las 52 capturas que se ejecutaron, en solo cuatro estuvieron implicados ciudadanos de nacionalidad venezolana, es decir, solo un 7,69%.
Los lugares de paso
Otro de los temas álgidos en la conversación social sobre migración en Pamplona ha sido el de “los refugios o albergues”, que según el padre Rodríguez, fueron denominaciones impropias para las iniciativas ciudadanas que ofrecían ayuda a los caminantes venezolanos.
Explica el sacerdote que “las condiciones para brindar hospedaje no eran las adecuadas, no podemos hablar ni de un refugio, ni de un albergue, porque no reunían las condiciones, sino que eran salas que se adaptaban”. Sin embargo, no deja de destacar el objetivo de atención y asistencia ofrecido allí.
En este sentido, el Manual Esfera, que compendia unas normas mínimas que introducen la noción de calidad en las respuestas humanitarias, aporta que “el concepto de “adecuación” implica que la vivienda es algo más que cuatro paredes y un techo. Subraya la importancia de incorporar una perspectiva de asentamiento, la identidad cultural y la disponibilidad de servicios en una respuesta relacionada con el alojamiento”.
La idea era, “que madres con sus niños no durmieran en la calle, sino que tuvieran aunque sea un techo donde pernoctar; aunque los varones, los muchachos, los papás, se tenían que quedar ahí afuera, en el andén”. Rodríguez apunta que situaciones de este talante se escapaban de las manos de los coordinadores de estos lugares, incentivando sentimientos de repudio en la colectividad pamplonesa.
“El hecho de que tal vez haya mendicidad y habitabilidad de calle puede generar problemas con la comunidad, y eso genera rechazo”, porque se asocia con el desorden social, explica la internacionalista López. “Y ese rechazo nunca fue superado”, justifica el director de Consornoc.
Uno de los varios espacios dedicados a atender por iniciativa propia a los migrantes venezolanos en Pamplona era coordinado por Vanesa Peláez, allí les ofrecían alimentación, hospedaje y varias formas de orientación en la ruta de los caminantes. Estos forman parte de la Red Humanitaria, y es uno de los que fueron suspendidos para hospedar a los migrantes desde que inició la pandemia, por disposición municipal. Sin embargo, siguen ofreciendo los servicios que pueden: préstamo de baños, duchas y alimentos a los viajantes.
Peláez explica que Pamplona, por estar dentro de la ruta, ha percibido el impacto de la migración venezolana desde hace más de tres años y medio. Ella considera que el funcionamiento de estos lugares de paso disminuía la afectación a la población porque “llegaban, dormían en estos lugares y al día siguiente continuaban su camino”. De ahí, asume que “la ciudadanía y la administración siempre nos vieron como parte del problema, cuando nosotros éramos parte de la solución”.
En este sentido, “hay que entender que el caso de Pamplona, ya no es una problemática reciente, sino que viene siendo así desde hace años y eso puede generar que la comunidad se haya cansado del paso de migrantes por allí”, arguye la investigadora López.
Hasta 600 caminantes contabilizó la voluntaria Pélaez, durante alguna noche en las calles de la ciudad, un fenómeno de picos y estándares que “siempre ha sido así, lo único es que antes no se notaba porque nosotros en los albergues estábamos dando respuesta”.
Desde su experiencia de investigación el también politólogo Hugo Ramírez, de la Universidad del Rosario, destaca que “en el caso de Pamplona la atención a los migrantes no surge de lo estatal ni de una iniciativa no gubernamental, sino de la buena voluntad de personas como la señora Marta Duque, el señor Douglas, Vanesa. Ellos se organizaron y con sus propios recursos colocaron aquello que podían colocar”.
Asimismo, cuestiona que estos voluntarios deban acatar “control e incluso coerción de la administración pública”; además, “son grandes esfuerzos que han sido invisibilizados por la parte académica y gubernamental”. A la par, admite también que en estos entornos surge una tensión social entre los vecinos, tal como lo advertía el director de Consornoc y la propia vocera de la Red Humanitaria.
Sobre la cooperación
El sacerdote Rodríguez explica que la atención de la cooperación internacional empezaría a formalizarse solo hasta 2019, pero que esa espera empezó a hacer mella en la paciencia de los pamploneses frente a un fenómeno que crecía en desorden. Mientras, añade que también se arraigaron las dificultades para lidiar con la inoperancia y el abandono estatal.
Por su parte, voceros de la cooperación internacional coinciden en que desde el año 2012, a través de su gestión con OCHA (Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios), ya se venían identificando los primeros perfiles del flujo de personas provenientes de Venezuela; a partir de 2015 y 2016, en medio de circunstancias como la masiva expulsión de colombianos en plena frontera, ya se venía atendiendo e intuyendo la particularización de las circunstancias de la migración venezolana en Colombia.
Agregan que las primeras mesas migratorias y los primeros escenarios de coordinación dentro del sistema de Naciones Unidas empiezan a consolidarse en torno al año 2016 con la idea de crear una plataforma especializada en migrantes y refugiados que pudiera funcionar bajo el mandato de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) y OIM (Organización Internacional para las Migraciones).
Así nació la R4V (Plataforma de Coordinación para migrantes y refugiados venezolanos) como plan de respuesta, a la par del Gifmm (Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos) que se consolida en 2018.
Diana Capacho es la coordinadora departamental del Instituto de Caridad Universal (ICU), ella también conoce desde territorio pamplonés las distintas dinámicas del proceso migratorio venezolano. Desde su experiencia, las ayudas de cooperación internacional no llegan a toda la población vulnerable de Pamplona.
“¿Qué necesitamos nosotros? Que las organizaciones se aboquen a atender esta población con recursos para atender sus proyectos productivos”, reflexiona la coordinadora, “para que la gente diga: ‘llegó un colombiano, formó una pequeña empresa y le está metiendo a la población que es vulnerable, que nunca ha tenido una oportunidad’, para que cambie el contexto de lo que está pasando. Pero, las organizaciones internacionales no ayudan con recursos para fortalecer estos proyectos”.
Por su parte, desde la cooperación internacional, se asegura que una de las principales órdenes se enfoca en que el porcentaje mayoritario de contrataciones sea de la misma Pamplona; además, que tanto los productos como insumos también se compren allí. Entre diciembre y enero de 2020, el Gifmm de Norte de Santander reporta 56 mil beneficiarios atendidos a través de 26 organizaciones.
La voluntaria de la Red Humanitaria, Vanesa Peláez, aprovecha para aclarar otro nudo que acrecienta la xenofobia en Pamplona: el origen de los recursos económicos para asistir a los migrantes, los cuales provienen de “cooperantes internacionales, que no solamente trabajan en Colombia, sino en diferentes países donde hay crisis”, no todos son asignados por el Gobierno.
Más allá, el investigador Ramírez ha encontrado que “hay una falsa idea en pensar que prestarle atención a los migrantes es una acción que va en detrimento de los derechos de los ciudadanos nacionales. Eso sucede a lo largo y ancho de todo el territorio colombiano, y no hay mayor equivocación que esa”.
En este sentido, Peláez considera necesaria una articulación entre la sociedad civil, la institucionalidad y las organizaciones internacionales. En este marco, ofrece la experiencia en terreno de la Red Humanitaria como elemento fundamental para la logística de los procesos de atención a los caminantes venezolanos.
Al respecto, es de nuevo pertinente la observación que añade el Manual Esfera: “La coordinación con las autoridades locales y otros organismos de respuesta contribuye a garantizar que se satisfagan las necesidades, que no se dupliquen esfuerzos y que se optimice la calidad de las respuestas”.
Desinformación en redes y medios
“La importancia de las fuentes con las que estamos haciendo afirmaciones” es un principio que destaca el investigador Ramírez para no caer en actos xenófobos. Al respecto, el director de Consornoc también señala que hay iniciativas de comunicación ciudadana en redes sociales enfocadas en generar matrices de opinión a través de fotos y mensajes que perjudican la construcción de los imaginarios sobre los venezolanos en Pamplona. “Con esos titulares y esos comentarios, se movía la opinión y polarización, para generar una tendencia en los seguidores de estas páginas”, apuntó Rodríguez.
Por su parte, la investigadora López también apunta a “la percepción de inseguridad” como un detonante de la xenofobia, aquí no pierde espacio para apuntar a la necesaria responsabilidad en cuanto al tratamiento informativo no siempre adecuado de algunos medios de comunicación.
Además de los estereotipos delictivos que se han creado a partir de casos aislados, Pélaez también coincide en este mismo señalamiento del padre Rodríguez y amplía el espectro para incluir a los medios de comunicación que “hacen creer que todas las problemáticas del municipio tienen que ver con los venezolanos y no es así”.