Resiliencia de tres venezolanos en un barrio de Cúcuta

Los primeros días de la cuarentena significaron un reto para ellos
Resiliencia de tres venezolanos en un barrio de Cúcuta

Ronald José Lepage, de 38 años, llegó a Cúcuta hace un año y medio desde Caracas, la capital del vecino país. Tiene un puesto de pasteles de día y de hamburguesas de noche en el barrio La Cabrera, comuna 10, donde él y su esposa Mirian Córdobas Rondón trabajan para sostener los gastos de su casa, tanto acá en la ciudad como la de sus seres queridos en Venezuela.

Sin embargo, el puesto de comida fue cerrado el mismo día que se decretó la cuarentena obligatoria establecida por el Gobierno Nacional en todo el país. La situación se apretó para su bolsillo y para la familia, integrada además por tres hijos: de 7, 12 y 16 años.

Esos 853,8 kilómetros desde su hogar en Caracas y que lo trajo hasta la frontera colombiana no fueron en vano, así como sus ganas de trabajar.

Los primeros días de la cuarentena le tocó quedarse en casa sin producir nada, pero las pocas reservas de los ahorros fueron bajando abruptamente.

A Ronald le tocó reactivar su negocio a domicilio, con los clientes del mismo barrio, que lo contactan por medio del WhatsApp. “No he tenido otra alternativa, porque el puesto de hamburguesas era nuestra única entrada de recursos. Tengo que salir a hacer las entregas yo mismo, pero trato que sea acá en el barrio y me cuido porque me da miedo exponer a los míos, pero es la única forma de subsistir”, dijo.

La resiliencia de él y su familia le ha permitido ser ejemplo para otros venezolanos que tiene como vecinos.

“Trato de no ponerme triste, siempre busco una solución a todo, no le pongo más trabas a los problemas, espero que todo fluya, porque sino la situación se complica más. Sí, es muy duro, pero aquí estamos luchando y sobreviviendo”, señala.

En Venezuela era comerciante y se vino a Cúcuta solo, pero un tiempo después se trajo a su familia.

“Yo trato de ayudar a todo aquel que lo necesita, sobre todo a los venezolanos que pasan pidiendo comida. Si tengo, los ayudamos con alimentos, con pasteles con lo que tengamos, porque hay mucha necesidad y muchos pasamos por eso”, cuenta.
La solidaridad entre los mismos venezolanos ha salido a dar la cara durante la cuarentena, pero también la empatía de los vecinos colombianos.

“Yo quisiera ayudar más, porque a mi también me ayudaron. La Cruz Roja Colombiana nos ayudó y yo lo agradezco mucho, por eso cuando yo tengo doy mi mano a quien lo necesite sin importar de dónde sea”, dijo.

Ronald es uno de los 104.981 venezolanos que viven en Cúcuta, y que representan el 51,78% de los migrantes que habitan en Norte de Santander, según el último registro oficial publicado por Migración Colombia, en diciembre del año pasado. Muchos se han regresado a Venezuela, pero la mayoría sigue aquí en las distintas comunas de la ciudad buscando la forma de resistir.

Unos esposos

Muy cerca de Ronald a unos 200 metros de distancia viven los esposos Álvarez Lessmann. Este par de jóvenes caraqueños reinventaron su negocio para no detener tu empeño en superarse a pesar de las adversidades.

 

Chamos Pizza, el emprendimiento de estos venezolanos, ya tiene dos años y medio de operaciones en Cúcuta.

Arnaldo y Alejandra idearon su empresa familiar mientras estudiaban en la Fundación de Estudios Superiores Comfanorte (Fesc). “Llegamos a Cúcuta y aquí nos inscribimos en la fundación porque siempre hemos tenido esas ganas de seguir creciendo”, dijo Alejandra.

“Vimos una oportunidad en la zona estudiantil donde estábamos cursando estudios, porque solo se conseguían las comidas comunes como perros calientes y pasteles. Entonces, surgió la idea de que faltaba ofrecer pizzas de una manera cercana”, relató Arnaldo.

Chamos Pizza nació con un carro móvil con un horno incluido y su vitrina. Ideal para preparar pizzas en el momento.

Hace tres años y medio llegaron desde Caracas a Cúcuta recorriendo unos 853,8 kilómetros de distancia. Ella es comunicadora social y él licenciado en administración, y ambos dejaron sus trabajos en el vecino país para mejorar sus condiciones de vida y la de sus seres queridos.

“Nuestro logo tiene un corazón en la palabra chamos y este representa que siempre servimos desde el amor y trabajamos bajo la misma premisa. Por esta pandemia migramos de la pizza al pan, pero sin dejar de hacer pizza, solo que ahora hacemos pan francés, pan dulce, golfeado, practimasa. Siempre cuidando y tomando todas las medidas necesarias para cumplir con los protocolos por el coronavirus”, cuenta ella.

En la cuadra del barrio donde este par de esposos vive la mayoría de sus vecinos son personas de la tercera edad y para ellos su trabajo debe ser aún más cuidadoso y responsable para con ellos, pues aseguran que deben cuidarlos.

Actualmente, hacen las entregas de sus pizzas y sus nuevos productos a domicilio con un par de amigos domiciliarios. “Lo importante es que las personas no tengan que salir de sus casas y nosotros prestar un buen servicio. Aquellos domicilios que son para nuestros vecinos o cerca en el mismo barrio los llevamos nosotros personalmente”, explica el muchacho.

Las ventas bajaron abruptamente para ellos, dicen que les tocó volver a arrancar y reinventarse por medio de las redes sociales @chamospizza a través de las cuales promocionan sus productos, además, se dieron a la tarea de poner carteles en las tiendas del barrio para dar a conocer los nuevos servicios.

“Nuestra cartera de clientes eran los estudiantes de un colegio y dos universidades que están paralizados. Reforzamos el servicio del tema de los domicilios, que ya lo veníamos ofreciendo, pero las ventas han caído muchísimo por temor a la pandemia y por tema económico”, explicó Álvarez.

Tachirense

En el barrio La Cabrera, a cinco cuadras de distancia de los caraqueños, el tachirense Luis Alfredo Calderón, de 32 años, y su familia tampoco se quedó de brazos cruzados. Duraron una semana cerrados, luego de decretarse la medida de aislamiento social preventivo, pero sacaron su gallardía y ganas de trabajar adelante.

“Nos ha tocado muy duro porque el tema de las ventas bajó un 50% aproximadamente. Tenía cinco empleados de los cuales dejé uno para que trabaje conmigo toda la semana y el otro solo fines de semana”, detalló.

Ahora el negocio de las hamburguesas no está abierto al público, sino que él mismo lleva los pedidos a domicilios.

Asegura que la rutina cambió, pero las condiciones de preparación siguen siendo rigurosas como antes. “Todos trabajamos con tapabocas y guantes”.

La solidaridad de Luis la demuestra con sus trabajadores, a quienes no ha dejado solos frente a las circunstancias. 

Luis llegó a Cúcuta hace casi tres años. Fogón Burger lo montó con su esposa una vez llegó a la ciudad y con eso sostienen económicamente a su familia, que también la conforma una niña de 8 años. Empezaron con un puesto en la calle y ahora tienen la venta de hamburguesas en su propia casa, que la adecuaron para ello.

Desde San Cristóbal trajo Luis su laboriosidad. No descansa y se empeña en siempre poder ayudar a sus trabajadores y sus familias.

“En Venezuela, tenía una compañía de insumos de laboratorio en sociedad con un amigo. Al principio nos vinimos a Cúcuta los tres, mi esposa, mi niña y yo, pero luego de 4 meses ella se regresó con la niña porque el negocio no respondía ni producía como queríamos. Ella se regresó a Venezuela porque era docente, pero regresó y seguimos trabajando para superarnos, sin dejar de ayudar a quienes podemos con ese trabajo”, contó.