Regresar en medio de la pandemia generada por la COVID-19 es sinónimo de incertidumbre, zozobra, pero también es muestra de resiliencia, tenacidad y perseverancia. Retornar a la tierra que lo vio escapar para prosperar en la vida y que lo vio nacer le pasó a Gustavo Atencio. Su historia se mezcla en medio de un mar de casi 100.000 historias más que, hasta la fecha, han logrado pasar la frontera hacia Venezuela.
El coronavirus los hizo huir nuevamente, pero esta vez del país que los acogió, a algunos por solo meses, pero a otros, incluso, por un par de años.
Pasar la frontera a muchos les ha cambiado la vida. Gustavo es uno de ellos. Duró cuatro días para llegar desde Bogotá a Cúcuta y luego pisar suelo venezolano.
“Cuando llegué al otro lado de la frontera, en Venezuela, los protocolos seguían me aplicaron la vacuna de la toxoide, tomaron nuestros datos personales, nos preguntaban qué hacíamos en el sitio, de dónde veníamos y nos hacían una prueba rápida de la COVID-19 allí mismo”, relata.
Una vez terminó el proceso al pasar el puente Simón Bolívar, lo llevaron hasta la terminal de pasajeros en San Cristóbal (Puesto de Atención Social Integral-Pasi), donde iba a estar por tres días, según lo programado por las autoridades venezolanas.
“Mientras estuvimos en ese extremo de la terminal, dormíamos en el piso, en las aceras, no había colchonetas, y estábamos muy pendientes de nuestras cosas porque había gente rara quizás tratando de robar, de abrirte los bolsos. Un grupo de personas y yo nos pusimos guardias para vigilar durante los tres días. Luego de ese tiempo, nos pasaron al otro lado de la terminal, pero antes de pasar nos volvieron a hacer algunas preguntas personales”.
En el otro extremo de la terminal “era otro nivel”, así lo califica Gustavo.Dormían bajo techo, tenían colchonetas y les servían comida tipo comedor; sin embargo, sostiene que los “trataban como unos perros”.
Ese otro nivel, como él lo describe, les daba la oportunidad de tener un baño donde hacer sus necesidades fisiológicas y bañarse.
“Inicialmente ni baños habían y la gente se iba a hacer sus necesidades detrás de un bus, de un árbol. Fueron 8 días fuertes, me levantaba a las 5:00 de la madrugada para bañarme tranquilo, debajo de una mata con una manguera. Ya después se levantaba todo el mundo a hacer lo mismo, es muy complicado, porque además habían muchos niños y mujeres embarazadas”, relata con sentimiento.
El siguiente paso era salir de la terminal y el traslado a un refugio temporal en algún colegio de San Cristóbal; pero eso nunca sucedió. “Todos los colegios estaban colapsados de gente que estaba regresando”.
“Nos hicieron pruebas rápidas para saber si teníamos coronavirus, y sí había gente contagiada, y a esa gente la sacaron del grupo. Hubo mucha gente que llegó a Cúcuta en buses cumpliendo los protocolos de bioseguridad, pero otras personas no, sino que llegaron caminando desde Perú, Chile, es decir, mes y medio caminando.Otros caminando desde Bogotá o desde cualquier otra parte de Colombia. Y por supuesto tienen mayor riesgo de contraer el virus”, asegura.
Luego de pasar 8 días de espera en la terminal les tocó el turno de regreso. Gustavo regresaba a Maracaibo, estado Zulia en el occidente de Venezuela, y lo hizo por vía aérea desde el aeropuerto de La Fría.
“Salimos de la terminal a las 11:30 de la noche en bus hasta el aeropuerto de La Fría, donde llegamos a las 4:30 de la madrugada, chequeamos maletas y nos montaron en un vuelo de la aerolínea Conviasa y en 25 minutos estábamos en el aeropuerto de la Chinita”, dijo.
En el aeropuerto de Maracaibo pasaron otros protocolos de desinfección y fueron atendidos directamente por personal de la Secretaría de Salud Regional, que les practicó una tercera prueba rápida. “Nos quitaron los datos personales, números de contacto y números de celulares de familiares, además, estaban los cuerpos policiales para verificar si alguno tenía antecedentes penales”.
Cumplido este paso fue separado con otro grupo de personas que vivía en los barrios ubicados en el mismo perímetro. “De acuerdo con la zona donde la persona vivía lo enviaban a un hotel que quedara cerca de su casa. Salimos en un bus hasta el hotel, donde nos dieron muchas más comodidades. Allí nos dejaron por cuatro días y luego de una cuarta prueba rápida negativa nos dejaron salir. Nos dieron un cartón y la constancia en físico de esta última prueba, que debíamos entregar al consejo comunal del barrio para que el doctor nos hiciera las visitas por los 15 días siguientes”.
La cuarentena duró 15 días más, en los que no pudo salir de su casa. La especialista le hacía seguimiento vía telefónica para chequear su estado de salud y verificar que cumpliera el aislamiento.
Salió de Bogotá con 300 venezolanos más, y por más de 15 días vivió días duros hasta que pudo pisar de nuevo su casa.
Según las cifras de Migración Colombia, el 54% de los migrantes que regresa a Venezuela es hombres y el restante 45%, mujeres.
En Venezuela hay reportados más de 20.200 casos de la COVID-19 y donde vive Gustavo es el segundo estado más afectado por la enfermedad con más de 3.400 positivos para el virus.
Este venezolano vivió dos años y medio en Bogotá trabajando para darle una mejor calidad de vida a su familia, laboraba estacionando carros, pero asegura que desempeñó muchos oficios en ese tiempo.
En Colombia, a la fecha, residen 1,7 millones de venezolanos, a pesar que durante el primer trimestre del año, por primera vez en cinco años la cifra descendió. Sin embargo, como han explicado las autoridades el retorno voluntario es un fenómeno provocado por la crisis generada por la COVID-19, y sobre el cual se creyó que iba a ser momentáneo.
Una realidad más dura
La Maracaibo que dejó Gustavo hace un poco más de 24 meses atrás no es la misma. Volvió a su punto de partida, pero con una realidad más dura. “Maracaibo está acabada”, así califica el estado en el cual encontró a la ciudad en la que nació.
“Sin cuarentena estaba acabada, con cuarentena es peor. La economía está acabada, todo se compra en dólares, los productos con precios por las nubes, no hay gasolina, y ahora el brote del virus. Existen muchas restricciones, solo puedes trabajar de 8:00 de la mañana a 12:00 del mediodía, y si tienes que salir después debes portar un salvoconducto por razones médicas”, describe.
A pesar de la advertida realidad de su ciudad, la berraquera de Gustavo no cesó. Regresó para ayudar a sus paisanos. Conformó la Fundación Pilotos de Tormenta.
“La idea de la fundación nació en Bogotá, en medio del regreso. Me escogieron como líder porque empezaron a presentarse una serie de problemas con la salida de los buses. Pero la gente estaba pasando mucha hambre, había muchos niños, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad. Yo llevaba el dinero contado, pero me tocó darle de comer a muchas personas saliendo de mi bolsillo todo, no me importó”, detalló.
Por ser el líder de ese grupo, Gustavo comenzó a ser contactado por muchas personas que querían ayudar con donativos de alimentos y de elementos de bioseguridad. “Me llegaron galletas para los niños, panes, las personas de la comunidad donaba comida ya hecha, o las que nos donaban crudas nos prestaban la cocina para nosotros cocinarla. Eso tengo que agradecerlo al pueblo colombiano”.
Al llegar a su ciudad, la realidad no distaba mucho de la vista en Bogotá: “hay mucha hambre y eso duele en el alma”.
Sin embargo, no se sentó a quejarse y tampoco se quedó con los brazos cruzados. Conformó esta fundación @pilotosdetormenta (https://web.facebook.com/Pilotos-de-tormenta-101295794978491/) con la que animó a amigos y a familiares a sumarse.
“Al llegar a la ciudad veo que esa enorme necesidad no se quedó en el viaje, y que en los barrios hay más necesidades por lo que decido seguir haciendo lo que hice en Bogotá. Inicialmente salió todo de mi bolsillo, entregando los días sábado el almuerzos y cumpliendo con el protocolo de bioseguridad y para no agrupar a la gente, voy de casa en casa dando el plato de comida”, cuenta.