Huyendo del hambre de su país, María Isabel Hernández -una madre soltera venezolana- llegó a Cúcuta con sus tres hijos, de 6, 8 y 10 años. Asistió a un comedor social en el sector La Parada, del municipio de Villa del Rosario, para calmar las ansias de comida de sus pequeños y recuperaran unos kilos perdidos. Sin embargo, haber pasado los últimos cinco años en Venezuela sin consumir buenos alimentos, les ocasionó graves daños de desnutrición, evidenciados en una impactante pérdida de peso, cansancio al jugar y falta de concentración en el colegio.
Así como María Isabel han arribado miles de migrantes juntos con sus hijos a Colombia, provenientes de un país donde el gobierno no ha sido capaz de garantizar la alimentación al 31% de su población y el salario mínimo solo alcanza para comprar el 0.4% de la canasta familiar, todo esto lamentablemente en un contexto de pandemia aun activo en el mundo, empeorando las condiciones de vida de la población infantil.
Recientemente la Unicef alertó que “la pandemia aumentó el número de niños que pasan hambre, el acceso a la nutrición ha disminuido y la infancia actual llevará cicatrices inconfundibles en los próximos años”. Por esa razón, el organismo se trazó la meta de ayudar a más 190 millones de infantes y adolescentes en el mundo: 6,3 millones de ellos recibirán tratamiento para la desnutrición aguda severa en 2021.
Los expertos indicaron que la desnutrición infantil, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF, se clasifica en desnutrición aguda moderada, cuando hay afectación del peso; severa o desnutrición crónica, en la que además de un peso alterado también repercute en la talla.
La pediatra cucuteña Sandra Uribe, de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS) - Hospital San José, en Bogotá, señaló que es importante reconocer también la desnutrición silenciosa o hambre oculta, que es cuando existe un déficit de micronutrientes sin que el peso o talla se vean alterados (aproximadamente el 50% de niños en el mundo tiene deficiencia de algún micronutriente). “Es una etapa previa en la que trabajamos los profesionales de la salud para evitar la progresión a una desnutrición aguda propiamente dicha y evitar las consecuencias de esta”, dijo Uribe, egresada de la Universidad Autónoma de Bucaramanga.
A su juicio, la alimentación es fundamental durante toda la vida, pero hay un lapso para un adecuado crecimiento en el que debe ser completa y balanceada para desarrollar todo el potencial del niño. “Este período corresponde a los primeros 1.000 días de vida (270 días contados desde la concepción hasta el nacimiento y 730 días correspondientes a los 2 primeros años de vida), sin embargo, cada día existe más evidencia que este período crítico se extienda hasta los 5 años de edad”, destacó.
Señaló que durante las consultas los casos más recurrentes son el riesgo de desnutrición y la desnutrición moderada, pero depende de la población a la cual prestan la atención. En los regímenes subsidiados o personas procedentes de veredas es muy común ver niños o niñas con desnutrición severa, sobre todo a causa de la inseguridad alimentaria.
La pediatra Aida Duarte, graduada de la Universidad Metropolitana de Barranquilla, indica que la desnutrición e incluso estados de alimentación insuficientes frena el normal desarrollo cognitivo y físico de los niños, con implicaciones severas como anemia, retraso psicomotor, bajo rendimiento escolar, talla baja, diarrea, neumonía, malaria, tuberculosis, infecciones de vías urinarias y de piel.
“En la consulta diaria vemos muchos pacientes en riesgo de desnutrición por aporte de nutrientes insuficientes o una alimentación inadecuada o por algunas situaciones secundarias, por lo tanto, es importante la visita de los niños al pediatra para evaluar su crecimiento y desarrollo y dar las indicaciones adecuadas a los padres”, subrayó la doctora.
Consecuencias a futuro
A María Isabel le preocupa mucho la apariencia de sus hijos. El mayor, aunque tiene 10 años, parece de 6, por su contextura y tamaño. La estatura o talla, explica Uribe, es uno de los aspectos más comprometidos, ya que los niños no crecen igual en todas las etapas y si en algún momento existe algún déficit nutricional, el organismo ahorra esos pocos nutrimentos que le llegan para las funciones vitales y crecer se vuelve un lujo.
“Los niños desnutridos se enferman más, las infecciones suelen ser más severas y prolongarse en su curso, requieren mayor estancia hospitalaria con complicaciones recurrentes, pues tienen un sistema inmunológico con una respuesta insuficiente que puede fácilmente llevarlos a la muerte en el curso de cualquier infección como neumonías o enfermedad diarreica aguda”, expuso Uribe.
Enfatizó que el riesgo de muerte en los niños con desnutrición es nueve veces mayor que en aquellos en condición normal de salud. “Los niños que sufrieron desnutrición en la infancia son propensos a presentar enfermedades crónicas metabólicas como hipertensión arterial, diabetes mellitus y enfermedad cardiovascular”, expresó la pediatra.
Detección
En el momento que un niño o niña, estando o no en control de crecimiento, pierde peso y talla adecuada se deben tomar las correcciones a las líneas descendentes de su seguridad alimentaria.
“Cuando un niño solo va al médico por enfermedad, difícilmente podemos dar un alerta de cuándo enfermó, pero sí podemos saber el peso y la talla al momento de la evaluación y puede marcarnos si está en desnutrición aguda o crónica”, sostiene el médico pediatra cucuteño Carlos Vera Aparicio, de la Universidad de los Andes.
Describe que el infante empieza a acartonarse, envejece rápidamente, marcándosele sus costillas, un grado extremo de enflaquecimiento llamado marasmo, o en algunos casos se ven gorditos, pero no pesan porque su contextura es de líquidos y no de proteínas denominado kwashiorkor.
Image
Uribe considera necesaria una valoración completa del niño, preguntando los hábitos de alimentación a nivel familiar, seguido de un examen físico completo y realizar las medidas antropométricas (peso-talla-perímetro del brazo). Estos datos se grafican en las curvas de crecimiento desarrolladas por la OMS, donde es posible observar cómo se encuentra el niño y clasificarlo para tomar decisiones en cuanto al manejo más adecuado para cada caso.
Migrantes
La pediatra Uribe menciona que la migración venezolana es uno de los tantos retos que enfrenta la ciudad, donde la gran mayoría de los ciudadanos extranjeros viven en la informalidad, sumados a los colombianos en esta condición.
Aunque existe un plan nacional de seguridad alimentaria desde 2016 reforzado durante la pandemia, la experta opina que es difícil llegar a toda la población vulnerable cuando en el país más de 20 millones de personas no tienen acceso a productos básicos de la canasta familiar, un 34% vive en la pobreza y al menos un 10% está en indigencia.
“Norte de Santander es uno de los departamentos con mayor número de personas pobres en el país, las cifras están cerca al 30% de la población. En 2019 se realizó un estudio de la Universidad Javeriana en el Hospital Universitario Erasmo Meoz, donde se encontró que 20 de cada 100 niños en la ciudad padecen de desnutrición aguda severa y de éstos 13 son de nacionalidad venezolana”, expresó Uribe.
Por su parte, el nutricionista dietista Freddy Galviz, coordinador de Dimensión Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Secretaria de Salud de Cúcuta, informó que en la ciudad se contabilizaron 40 niños con desnutrición aguda hasta abril de 2021, según los casos notificados por las IPS del municipio al Sistema de Vigilancia en Salud Pública. Aseveró que a estas situaciones se les brinda atención a través de las diferentes instituciones, organismos de cooperación internacional, ICBF entre otras que prestan servicios especializados en nutrición
La doctora Duarte indica que para los niños y niñas la migración es un fenómeno que impacta profundamente en sus vidas y posibilidades de desarrollo. “Esto representa un riesgo importante para la alimentación y nutrición adecuada de la población, identificándose consigo acceso irregular a alimentación, malnutrición a población más vulnerable y desnutrición aguda a niños y niñas menores de 5 años”, sostuvo.
Añadió que se debe generar capacidades de respuesta inmediata a las necesidades de alimentación, desde un enfoque diferencial, partiendo del contexto geográfico; desarrollar acciones para la recuperación de niños y niñas con desnutrición aguda y para prevenir todas las formas de malnutrición en la población refugiada y migrante.
Susana Raffalli, especialista venezolana en Nutrición Pública y Seguridad Alimentaria, declaró a Aula Abierta, organización no gubernamental (ONG), que la desnutrición en ese país aumentó un 73%. Consultada por medios nacionales e internacionales, la también asesora de Cáritas de Venezuela y Defensora de Derechos Humanos, detalló que pasaron de 8 a 17% los menores pobres afectados debido a tres factores: la paralización de la actividad económica, de la que depende mucha población en situación informal; el abandono del sistema sanitario a las inmunizaciones y atención integral a la desnutrición para avocarse solo a la pandemia; y la caída de las remesas familiares.
Raffalli lamentó que el 52% de las embarazadas venezolanas sufre desnutrición, mujeres en estado hasta con 38 kilos de peso, trayendo al mundo hijos desprovistos para el futuro. Comentó que hasta noviembre de 2019 en el vecino país había 9.300.000 venezolanos en condición de inseguridad alimentaria. Calificó la situación como un “país con hambre en movimiento” por el continente, que sobrecarga las atenciones primarias de salud en las demás naciones.
Revertir efectos
El doctor Carlos Vera Aparicio sostiene que la desnutrición puede enmendarse con la aplicación micronutrientes como sulfato ferroso, ácido ascórbico, ácido fólico o en el cada caso los suplementos F-75 o alimentos ricos para consumir. “Todo eso hará que el niño recupere peso y alejarse de la curva de desnutrición. Pero requiere un factor importante de trabajo en equipo de médicos, enfermeros, odontología, terapia ocupacional, terapia del lenguaje, fisioterapia, psicología y trabajo social”, aseguró.
Uribe coincidió con Vera en que el manejo de estos casos cuente con un equipo multidisciplinario y en principio se trata de mejorar hábitos de alimentación a nivel familiar y usar fórmulas especiales alimenticias.
Mientras que Duarte argumenta que en la gran mayoría de los casos es reversible la desnutrición, y la principal intervención consiste en la prevención, desde la nutrición prenatal, en la que las gestantes deben tener un aporte de hierro, ácido fólico y multivitamínicos adecuados; en la etapa de 0-6 meses, una adecuada lactancia materna y a partir de los 6 meses iniciar alimentación complementaria guiada en los requerimientos de cada niño.
Valoró que la integración y desarrollo de actividades propuestas organizaciones o entidades en defensa del pueblo infantil refugiado y migrante venezolano, como UNICEF y ONG, se establecen atenciones primarias en salud y nutrición, desarrollando acciones orientadas al control alimentario, de crecimiento y desarrollo, control nutricional, promoción de prácticas de cuidado y evaluaciones de nutrición.