"No es jojoto, es mazorca; y tampoco tizana, es salpicón"

Expertos aseguran que en la zona de frontera es costumbre escuchar el acento y el vocabulario venezolano.
El vocabulario de ambos se ha enriquecido.

Señor paisa, ¿me puede vender cuatro jojotos?”, le dice el pequeño Javier Enrique, de 11 años, al dueño de la tienda del barrio en Carora.

“Se los vendo, si me explica, ¿qué es eso de jojoto?”, le responde don Jairo, quien lleva unos 10 años viviendo en este sector cucuteño.

A su lado, su ayudante Armando Leal, nacido en Coro (estado Falcón-Venezuela), una de las primeras ciudades fundadas en el vecino país, interrumpe la venta: “don Jairo, el niño le está pidiendo cuatro mazorcas, maíz. Pero en Maracaibo, de donde él viene, le llaman jojotos”.

Parchita, cambur, lechosa, son algunas de las palabras que ha aprendido don Jairo de sus vecinos recién llegados al barrio. Pero también ha ocurrido lo contrario, porque la familia de Javier Enrique ha tenido que aprender a pedir maracuyá, banano y papaya. 

A solo tres metros de la tienda de don Jairo, está la peluquería que montaron dos muchachas de Maracay. Entra una de sus primeras clientas recomendada, y le pide un look algo inusual para el par de venezolanas, que la miran con cara de asombro: “quiero cortarme el cabello a los hombros, pero quiero ponerme un color que me vea bien mona”.

Le responde una de ellas: “discúlpeme, pero qué quiso decir con mona, porque con todo respeto, mona en Venezuela tiene un significado bien específico”. Con mucha confianza y sonriéndole, la cucuteña le contesta: “cierto, ustedes les dicen catiras a las monas”.

En medio de la conversación llega doña Juana Contreras, quien lleva 15 años vendiendo el café por las tardes en Carora. “Tinto, aromáticas y perico”, ofrece amablemente a las nuevas clientas.

“Por la mente se me pasó la imagen de un loro verde, y la popular arepa con perico. Y de la aromática no tenía ni idea qué era”, dice Claudia González, una de las peluqueras venezolanas.

El guayoyo (café en Venezuela con sabor suave o claro) ahora lo venden en una esquina en La Parada, en Villa del Rosario; y el papelón con limón (agua de panela), es pregonado a todo pulmón en pleno centro de Cúcuta. 

Don Jairo explica que desde inicios de este año ha contratado a dos venezolanos.

“Esto me ha permitido aprender más de Venezuela y sus costumbres, y ellos me ayudan a venderle al venezolano que hay en el barrio, porque hay varias palabras que no conozco”, dijo.

En los barrios

Estas conversaciones ahora son más comunes que antes en cualquier barrio de Cúcuta, Los Patios, El Zulia, Villa del Rosario; pero además, no solo son frecuentes en zonas de frontera sino también en cualquier barrio de Bogotá u otro departamento donde antes no era usual escucharlas.

El investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, Ronald Rodríguez, explicó que en la zona de frontera el colombiano está acostumbrado al acento y al vocabulario venezolano.

Sin embargo, manifiesta que actualmente lo que está ocurriendo es que están llegando una serie de palabras y de usos lingüísticos de otras regiones de Venezuela, que no eran tan frecuentes dentro del encuentro del área fronteriza.

“Por ejemplo, las personas que vienen del oriente de Venezuela empiezan a llegar a la zona de frontera y se comienza a dar un encuentro de esos usos lingüísticos que lo hacen un poco particular”, dijo.  

Basiliqui Palencia, docente, precisa que el fenómeno migratorio venezolano ha influenciado de manera “contundente” a todos los municipios del área metropolitana, pero explica que no se trata tan solo de un momento o circunstancia como el que se está viviendo en estos momentos; sino que ha existido una costumbre con el vocabulario venezolano por la cercanía con el vecino país.

Los especialistas sostienen que ambos vocabularios tienen particularidades que no responden a un espíritu nacionalista.

“No es que los colombianos hablen de una forma y los venezolanos de otra; sino que los dos países son construcciones regionales. Es mayor la diferencia en el habla entre un bogotano y un barranquillero, que entre un barranquillero y un caraqueño”, refiere Rodríguez. 

La influencia de la televisión

La mezcla de vocabularios y regionalismos venezolanos y colombianos ahora es más rica y está más ligada al habla del día a día en el barrio, en el colegio, en el parque, en el restaurante. Pero no es un fenómeno de ahora, viene de años atrás.

“La terminología del venezolano se ha venido introduciendo en Colombia por la globalización”, dijo Palencia. 

El investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario indicó que la dinámica cultural en el caso colombiano debe traer a colación que los productos audiovisuales que se consumían en el país durante los años 70 y 80 provenían de la manufactura venezolana.

“Hacia el centro del país, en Bogotá, Medellín y Cali, las novelas más famosas eran de Venevisión, que compraban las grandes cadenas colombianas. Mientras que en la zona de frontera eran más famosas las telenovelas de Radio Caracas Televisión, porque en la frontera recibían la señal que llegaba y que la atravesaba sin encontrar un límite”, detalló.

Esto hizo que el colombiano reconociera el acento, vocabulario y dialecto venezolano con mucha facilidad. 

Expresiones 

Para Palencia otro aspecto que ha calado en el colombiano ha sido la utilización del tuteo. “Precisamente ese contacto con Venezuela ha facilitado el tuteo, porque hace unos 15 años atrás era casi nulo que se tuteara en Colombia”, dijo.

Expresiones como chamo, pana, carajito, cónchale se han mezclado en el habla cotidiano fronterizo.

Sin embargo, dice Rodríguez que este ya no es un fenómeno lingüístico exclusivo de los departamentos limítrofes con Venezuela sino que ahora en ciudades como Bogotá y otras más han empezado a adquirir un valor y un significado dentro del contexto de cada una de estas urbes.

“Estas palabras que no se utilizaban ya hoy tienen un uso. La palabra pana se emplea entre amigos, pero antes no se percibía la misma presencia. Además, también se han creado otras dinámicas como que por ejemplo en cada localidad hay una arepería venezolana, esto antes no se veía”, precisa el investigador.

Resalta que de este proceso existen unos claros mercados de integración entre colombianos y venezolanos que van más allá de lo lingüístico y donde se involucran lo cultural, gastronómico, religioso, y que van a marcar de forma positiva a la sociedad colombiana como antes no había vivido.